miércoles, 26 de agosto de 2009

La Oda

La Oda es un poema lírico de estructura muy desarrollada dedicado a una persona de alta alcurnia, a un objeto, o a un concepto abstracto. Antiguamente se cantaba con el acompañamiento de un instrumento musical. En la Antigua Grecia donde tiene sus principios, existían dos tipos de odas: las corales y las cantadas por una sola voz (monodia).

Píndaro no cantó con ella sino la gloria de los dioses, de los héroes y de los atletas. Alceo celebró ya las virtudes militares y a los guerreros; Safo, a los amantes y el amor; Anacreonte se sirvió de ellas para aplaudir los placeres de la mesa y del amor. Imitando Horacio el estilo de este último poeta y mezclándolo con el de Píndaro, se formó entre los latinos un estilo del todo particular en el que descolló Horacio.

En la poesía castellana cultivaron este género Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega, Herrera, Quintana, Cienfuegos, Juan Nicasio Gallego, Espronceda, etc. y en la poesía catalana es célebre la oda a la patria, de Buenaventura Carlos Aribau.

Son famosas a su vez las odas de Ronsard, Víctor Hugo y Théodore de Banville en Francia, Abraham Cowley y John Gay en Inglaterra, Klopstock en Alemania, Manzoni y Bernardo Tasso en Italia y José Joaquín de Olmedo en Ecuador.

Modernamente, destacan José Martín, Pablo Neruda, y un sin fin de autores utilizan este género en sus composiciones.


ODA A LOS NÚMEROS

Qué sed
de saber cuánto!
Qué hambre
de saber
cuántas
estrellas tiene el cielo!

Nos pasamos
la infancia
contando piedras, plantas,
dedos, arenas, dientes,
la juventud contando
pétalos, cabelleras.
Contamos
los colores, los años,
las vidas y los besos,
en el campo
los bueyes, en el mar
las olas. Los navíos
se hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
eran miles, millones,
el trigo centenares
de unidades que adentro
tenían otros números pequeños,
más pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
y por más que corrió con el sonido
fue su velocidad un 37.
Nos rodearon de números.
Cerrábamos la puerta,
de noche, fatigados,
llegaba un 800,
por debajo,
hasta entrar con nosotros en la cama,
y en el sueño
los 4000 y los 77
picándonos la frente
con sus martillos o sus alicates.
Los 5
agregándose
hasta entrar en el mar o en el delirio,
hasta que el sol saluda con su cero
y nos vamos corriendo
a la oficina,
al taller,
a la fábrica,
a comenzar de nuevo el infinito
número 1 de cada día.

Tuvimos, hombre, tiempo
para que nuestra sed
fuera saciándose,
el ancestral deseo
de enumerar las cosas
y sumarlas,
de reducirlas hasta
hacerlas polvo,
arenales de números.
Fuimos
empapelando el mundo
con números y nombres,
pero
las cosas existían,
se fugaban del número,
enloquecían en sus cantidades,
se evaporaban
dejando
su olor o su recuerdo
y quedaban los números vacíos.

Por eso,
para ti
quiero las cosas.
Los números
que se vayan a la cárcel,
que se muevan
en columnas cerradas
procreando
hasta darnos la suma
de la totalidad del infinito.
Para ti sólo quiero
que aquellos
números del camino
te defiendan
y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario
se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se enlazan
tu cuerpo y el de la mujer amada
salgan los ojos pares de tus hijos
a contar otra vez
las antiguas estrellas
y las innumerables
espigas
que llenarán la tierra transformada.

Pablo Neruda






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